AUTOBIOGRAFÍA
Mi
nombre es Lucía, significa “la que nació
con la primera luz del día”. Hija de padres guatemaltecos, nací el 27 de
octubre de 1986 en el IGSS de Pamplona por medio de una cesárea de emergencia.
Mucho
es lo que se comenta sobre el día de mi nacimiento, sin embargo aún no tengo la
certeza fehaciente de que alguno de los sucesos que dicen ocurrieron, sean
ciertos en su totalidad y creo que la incertidumbre de lo que pasó o dejó de
pasar me acompañará por siempre. Según relata mi mamá, mi abuela paterna era
enfermera en ese hospital e intentó acabar con mi vida, pues no toleraba el
hecho de que sostuviera una relación con mi papá, debido a las diferencias
religiosas. Él católico y ella evangélica. Los médicos intervinieron para
tratar de salvarme la vida y en medio de todo el caos del momento, el doctor me
botó y causó una dislocación de cadera, lo que después me llevaría a recibir
terapia para poder caminar. De igual forma, no se sabía si sería capaz de
hablar o si tenía algún daño cerebral por la supuesta sustancia que habían
inyectado en mi organismo. Según parece, las consecuencias de aquel día, eran
graves para mí y para mis inexpertos padres, motivo por el cual decidieron
apartarse por completo de la familia de mi papá, cortando toda relación de raíz
con ellos. Como es de esperarse, no recuerdo nada de esta etapa y solamente
conozco lo que de oídas he escuchado, pues son temas sensibles para la familia
y no se hablan abiertamente, aunque confieso que muchas veces quisiera conocer
las versiones de lo sucedido. Quizá este hecho ya no me acosa con interminables
preguntas a la mitad de la noche, pues ahora he aprendido que es parte de mí y que debo aceptarlo
como un capítulo de mi historia que no
puedo cambiar.
La
vida continuó con normalidad y al cabo de un año y medio, tuve la visita de mi
hermano Alejandro, año y medio después, llegó mi hermano David y con él, mis
padres decidieron cerrar la fábrica de bebés.
Recuerdo levemente mi infancia… momentos fugaces de felicidad y más
momentos de “ocupación”. Parecía ser que mis papás estaban muy preocupados por
prepararnos para la vida en todas las maneras posibles y eso incluía clases de
natación, inglés, karate, taquigrafía, piano, pintura, etc. Después del
colegio, teníamos un horario que cumplir y era inconcebible la idea de faltar a
una de las clases, por lo que teníamos tiempo limitado para jugar y para ser
niños, sí, niños; como aquellos que jugaban tocando timbres, o que salían al
parque con sus amigos de la cuadra.
Crecí
y esas actividades se volvieron normales para mí. Adicionalmente, mi mamá nos
involucró muchísimo en sus actividades de iglesia y ahí pasábamos gran parte
del fin de semana. Mi papá siempre estuvo apartado, como un observador, no
participaba y tampoco emitía su opinión al respecto. Esto empezó a desencadenar
muchos problemas en el matrimonio y había violencia física y verbal entre ellos
y para con nosotros también. Esos eventos han dejado cicatrices en el alma,
pues ves a los tuyos pelear, ser seres infelices e incomprendidos.
No
siendo suficiente el hecho de que en mi casa tenía una dinámica familiar
disfuncional, mi familia materna también cometía ciertos abusos con nosotros.
Recuerdo que mi abuela y mi tía solían pararme frente a un espejo para decirme
que era una mujer fea y que nadie se casaría conmigo. Esto ocasionó que durante
un período de mi adolescencia tuviera baja autoestima, pues poco a poco comencé
a creer cada una de las palabras que me decían, pues me lo repitieron
constantemente desde mi niñez. Recuerdo que pase varias noches llorando por
esto… ahora tampoco me importa mucho, pero en ese momento era como si el cielo
cayera sobre mí. Los años pasaron y como sucedió con el día de mi nacimiento y
con mis días ocupados con entre múltiples tareas, aprendí a vivir con ello. ¿Qué si todo esto afectó mi forma de ser y mi
personalidad? Claro que sí.
A
mis 14 años, sucedió otro hecho que marcaría mi vida enormemente. Regresando de
unas pequeñas vacaciones familiares de Xela, tuvimos un grave accidente
automovilístico. Mis dos hermanos perdieron la vida y yo estuve muy cerca de
fallecer también. Mi papá tuvo lesiones mínimas en uno de los pies, sin embargo
lo peor que pudo haberle sucedido en la vida, era haber perdido a sus dos
hijos. Él tenía vida física, pero emocional y espiritualmente estaba muerto.
Tenía esa mirada vacía y perdida… sus ojos lloraron todo lo que puede llorar
una persona.
Mi
mamá por el contrario, se mostró muy fuerte y fortalecida con la noticia, pues
decía tener la certeza de que ellos ya estaban gozando del reino de Dios. Tuvo fractura de pelvis, cadera y fémur. Su
recuperación fue lenta, pero al cabo de varios meses de cirugías, terapia y
tratamiento, logró volver a ponerse en pie y retomó su vida “normalmente”.
Yo
presente factura de fémur, cráneo, brazo y mandíbula. Recuerdo que mi
recuperación fue un poco más lenta, pues requerí muchísimas cirugías y algunas
otras intervenciones reconstructivas. Con relación a la muerte de mis hermanos,
creo que nunca me detuve a llorar, ni me di el tiempo de vivir el duelo, pues
vi la aflicción en el rostro de mi papá y vi el dolor que embargaba su corazón…
no puedo olvidarlo. Por ese motivo, decidí vestirme con una coraza de fortaleza
y ser ese bastón que pudiera “sostener” a mis papás, especialmente a mi papá en
estos momentos difíciles. Conforme pude irme poniendo en pie, aún con mis limitaciones, decidí que
regresaría al colegio, aún en contra de lo que querían mis papás, ya que ellos
buscaban que recibiera educación desde casa para que mi recuperación fuera óptima.
Pero yo insistía en ser ese pilar de fortaleza y quería darles “motivos” para
volver a sonreír. Ellos valoraron y agradecieron mi esfuerzo. No obstante para
mí, la factura a pagar fue alta. Mis compañeros de clase me hicieron bullying
en todas sus expresiones. Fue difícil vivir con eso en medio de lo que me
estaba pasando en esos momentos, pero lo superé y me gradué de básicos.
Mis
papás me hicieron una pequeña fiesta sorpresa de quince años. Fue un momento emotivo.
Eran pocas personas, pero al final de cuentas, eran las personas que siempre
habían estado ahí para nosotros, para mí. Eso no incluía a mi familia materna,
quien aprovechándose de la situación del accidente y que estábamos incapacitados
en hospitales, cirugías y demás, entraron a nuestra casa a sacar nuestras
pertenencias para venderlas y hacer algo de dinero con ellas.
Es
decir, que a partir de ese momento fuimos solamente mi papá, mi mamá y yo. En
ellos dos resumía mi pequeño núcleo familiar.
Un
año más tarde, mi papá elevó sus alas y partió al encuentro con mis hermanos.
Le arrebataron la vida con arma de fuego delante de mí, un día que iba a
dejarme al colegio. ¿Logras superar algo tan difícil? No sé si puede superar
del todo, y menos estando tan cerca de otro evento muy fuerte para nuestra
familia. De lo que estoy segura es que Dios me dio la fortaleza y entereza para
enfrentar ambas situaciones.
Mi
mamá lloró la muerte de mi papá y tomó una postura de “ya nada me importa”, “¿para
qué vivir?”. Yo trataba de ayudarla y de apoyarla en medio de mis
posibilidades, pero creo que en vez de eso, nos fuimos distanciando cada vez
más y nuestras diferencias comenzaron a ser más notorias conforme pasaba el
tiempo. Desde siempre habíamos tenido una relación complicada. Nunca estábamos de
acuerdo y si existiera algo peor que el agua y el aceite, eso somos mi mamá y
yo.
Me
gradúe de bachillerato y mi mamá decidió que ya no debía seguir estudiando en
la universidad, pues no tenía caso alguno. Yo pensaba diferente y creía con
gran convicción que debía estudiar, pues el día de mañana necesitaba tener las
herramientas necesarias para salir adelante ante cualquier circunstancia que
pusiera la vida, por más difícil que fuera, debía estar preparada. Recuerdo que
uno de los consejos que me dio mi papá fue el siguiente: “No importa lo que decidas ser en la vida, ya sea médico, maestra o
peluquera, debes ser la mejor de las mejores”.
Me
armé de valor y le dije a mi mamá que estudiaría, que yo quería hacerlo. Como
era de esperarse, me dijo que no contaría con su apoyo, que lo mejor era que me
quedara en la casa y que me involucrara más en la iglesia, quizá en el grupo de
alabanza. Me rehúse a hacerlo y le dije que yo sola saldría adelante con mis
estudios. Busqué un trabajo, me inscribí en la Universidad y solicité beca,
pues con mis ingresos de ese momento, no lograba sufragar la mensualidad. Dios
me bendijo enormemente y la Universidad me concedió el beneficio, así que
trabajaba todo el día y estudiaba en la noche. Al cabo de cinco años, me estaba
graduando de Licenciada en Ciencias de la Comunicación y como si eso fuera
poco, obtuve reconocimiento de tesis y Cum Laude por mi rendimiento académico
durante los años de estudio. ¿Acaso podía estar más feliz? Claro que no… ese
logro era mío y se sentía tan bien haberlo logrado contra todo pronóstico.
Ese
mismo año, me casé con mi mejor amigo. Él se llama Roberto y fue mi novio
durante los cinco años de Universidad. No sé si existan los ángeles en la
tierra, pero él y su familia han sido ángeles para mí. Siempre que necesité
ayuda de cualquier tipo, ellos estaban ahí para mí. ¿Fue difícil? Claro que sí
y más cuando no venía acostumbrada a una dinámica familiar saludable como la
que ellos tenían. Me costó y aún por momentos, me sigue costando el proceso de
interacción y de adaptación. Ellos son una familia numerosa, muy unida y si
bien es cierto que siempre hay problemas, tienen maneras para afrontar las
situaciones y resolver los conflictos que pudieran llegar a presentarse.
Al
poco tiempo de matrimonio, presenté problemas de salud y después de un chequeo
médico, nos informaron que yo tenía problemas para tener bebés, pues además de
ovarios poliquísticos, tenía endometriosis y cierta obstrucción en el útero,
por lo que sería necesaria una intervención. Llegó el día de la cirugía y nos
informaron que teníamos un período aproximado de seis meses para tener bebés,
pues de lo contrario, debería recurrir a tratamientos de fertilidad más adelante.
Platicamos con mi esposo y tomamos la decisión de buscar bebé. Quizá no era
nuestro deseo ser padres tan pronto, ya que teníamos siete meses de casados y
teníamos otros planes como estabilizarnos económicamente hablando, viajar y
disfrutar de nuestra relación de pareja, pero pensamos que si Dios estaba
permitiendo esa ventana de seis meses para buscar bebé, lo haríamos, pues en
sus planes todo es perfecto y con algún propósito estaba permitiendo que tuviéramos
familia rápido.
Siete
meses después, la prueba dio positivo y estábamos esperando un hermoso bebé.
Tuve hiperémesis gravídica los nueve meses y por consiguiente, mi peso en el
embarazo fue bajo, estuve hospitalizada varias veces y me advirtieron sobre la
posibilidad de que mi hijo viniera con bajo peso al nacer. Llegó el día de su
nacimiento y fue un niño completamente saludable. Pesó 6.4lbs y lo llamamos Roberto
David Alejandro.
Por
mi parte no quería que en mi nueva familia se presentaran los mismos problemas
que tuve en mi infancia, así que decidimos con mi esposo bautizar a nuestro
bebé y profesar la religión católica. Soy de la firme convicción que Dios no
vino al mundo a dejar una religión, sino más bien, una manera de vivir, así que
si ambos buscábamos a Dios y encaminábamos nuestro hogar en la misma dirección,
estaríamos bien.
Dos
años después, recibimos la grata sorpresa de que estábamos esperando bebé
nuevamente. Este embarazo no fue tan complicado como el anterior y di a luz a
una bella bebé a quien llamamos Saori Isabella del Rosario. Su peso fue de 7lbs y vino a completar
perfectamente nuestra familia.
Llevar
mi nuevo hogar no ha sido nada fácil. Por momentos, siento que me gana mi
pasado y como si quisiera arrastrarme. He pasado por períodos de depresión,
donde no quiero saber de nada ni de nadie; no tengo ganas de levantarme de la
cama, ni bañarme, ni comer y solamente deseo llorar y llorar por horas. Mi
esposo me consolaba, me abrazaba y me dejaba llorar en su hombro hasta que me
quedaba dormida a las 2 o 3 de la mañana. Después mi hijo empezaba a notar que
gran parte del tiempo estaba triste y me preguntaba la razón. ¿Cómo le explicas
a un niño de 3 años todo el nudo de emociones que tienes dentro? No sé puede.
Así que mi esposo me sugirió ir a terapia, buscamos una psiquiatra y comencé a
asistir regularmente dos veces por semana, luego una vez por semana y así
sucesivamente se fueron espaciando las consultas. Esta especialista en salud
mental me ha ayudado enormemente a vivir mis duelos, a dejar de un lado mi
pasado, que no puedo borrarlo u olvidarlo, pero tampoco puedo traerlo a mi
presente, pues al hacerlo, me roba las grandes bendiciones que Dios me está
regalando en estos precisos momentos.
La
psiquiatra me sugirió en varias sesiones que con mi historia de vida, mi manera
de afrontar los problemas, debía actuar y ayudar a muchas personas más. Es como
la parábola de las monedas de oro, donde un hombre encomendó sus bienes a sus
siervos y después los llamó para ver que habían hecho con ellos. Hubo uno que
multiplicó lo que le había dejado. Otro ganó también un poco más de lo que le
había sido encomendado, pero el último de los siervos no hizo nada con las
monedas que recibió, pues las había enterrado.
Después
de pensarlo varias noches y ver de qué manera podía ayudar a otros, tomé la
decisión de inscribirme nuevamente en la Universidad, pero esta vez, estudiaría
la licenciatura de psicología clínica y heme aquí, pues no quiero ser como ese
siervo que no hizo nada con sus monedas.
Recién
estoy empezando este nuevo reto y estoy muy emocionada. Algunas veces es
difícil, pues casi todos mis compañeros son mucho más jóvenes que yo, pero eso
no me detendrá para llegar a la meta. Ya tengo una licenciatura y una maestría
en comunicación, y con 29 años aún me considero joven para lograr este nuevo
objetivo. ¿Me da miedo? Si, por momentos siento que estoy loca y que en lugar
de empezar de cero en una nueva carrera, debiera estar inscribiéndome para
estudiar un doctorado u otra maestría. Pero dentro de mí, sé que este es el
camino correcto que debo tomar.
Mi
esposo es el pilar que me apoya y quien me da ánimos todos los días. Mis hijos
son mi fortaleza para seguir adelante, pues quiero que ellos tengan la vida más
maravillosa que alguien pueda llegar a tener. Estoy consciente que somos humanos,
que nos equivocamos todos los días, pero en medio de toda esa imperfección,
deseo hacer mi mejor esfuerzo para que ellos tengan una vida plena.
Dios
me ha bendecido con una maravillosa familia. Después de no tener prácticamente a
nadie, hoy tengo dos hijos bellísimos, un esposo que me apoya
incondicionalmente en todos los momentos, aún en los más oscuros. Una suegra
que ha sido como mamá para mí y unos cuñados de cien puntos.
¿Qué
me depara el futuro? Es incierto. Por hoy quiero disfrutar el presente y
gozarme esas babitas de bebé, esas sonrisas espontaneas, esos besos pegajosos,
esas manitas llenas de tierra, comida o marcador, ya que todo eso es únicamente
muestra del más puro y profundo amor misericordioso de Dios, pues tengo el don
de la vida y siento que esta es una nueva oportunidad para ser feliz y para
compartir esa dicha con las personas que me rodean.
Yo
me describo como una persona feliz, súper trabajadora, perseverante, fuerte y
de carácter. Soy honesta, algunas veces demasiado, pero prefiero la verdad a la
mentira. Valoro el tiempo de las personas, sobre todo aquel que se comparte en
familia y respeto mucho la diversidad de opinión, podemos pensar diferente y no
por eso dejar de ser amigos. Amo la vida y quiero gozar cada minuto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario